“Soy
tu amo..., eres mía.
Parece
que no puedo poseer tu alma
sin
perder la mía.”
Forastera,
Diana Gabaldon
La noche del
ritual de los sueños compartidos, Wakanda, la de poder mágico,
compartió con el resto del clan uno de los sueños que más
recientemente había tenido y que la había inquietado como hacía
mucho tiempo que ningún otro sueño lo había hecho. Era la pupila
del chamán. Sus cualidades, así como el hecho de ser una elegida
del Gran Espíritu, la habían convertido en un miembro reconocido
del clan Águila, perteneciente a la gran nación iroquesa, desde muy
temprana edad.
Wakanda no
había soñado con muertes, con espíritus malignos, ni tan siquiera
con desastres naturales. Había tenido un sueño hermoso. Era una cálida noche de verano, y ella estaba tumbada sobre la fresca hierba
del prado, contemplando plácidamente la lluvia de estrellas que
todos los años se sucedía desde tiempos inmemoriales. Entre todos
los miembros del clan llegaron a la conclusión de que se trataba de
un sueño de mal agüero.
Cuando pasó
la estación fría, empezaron a verse por la zona hermanos lakotas,
pueblo de las grandes llanuras, nómadas que iban cambiando su
residencia en busca de rebaños de bisontes. No era la primera vez
que, alguna mujer de su clan se había unido con uno de estos
hermanos, y por tanto, había sido asumido como un miembro más del
clan. Y así fue como Magena, luna creciente, se unió a Logan, nube
en lengua sioux, dejando patente para el chamán que ese era el
origen del sueño de Wakanda.
Para
Wakanda, la unión de Magena con aquel hombre, fue peor que cualquier
tortura. Habían crecido juntas, sus familias habían ocupado
espacios contiguos en la casa comunal, y lo que las unió desde
pequeñas iba más allá de lazos de hermandad o amistad. Los demás
miembros del clan lo sabían desde que eran pequeñas, ambas eran
dos-espíritus, hecho que fue considerado como un regalo del Gran
Espíritu para con el clan. Y, por ello, desde pequeñas, gozaron del
respeto y admiración de todos, siéndoles otorgado un grado mayor de
libertad de lo que era normal para los otros niños.
Gustaban de
ausentarse, se escabullían del resto de niños para estar solas, y
era de su gusto ir al lago, a bañarse en tiempos de calor, y en
tiempos de frío, a deslizarse sobre la gruesa capa de hielo que
sobre él se formaba. Según fueron creciendo, esos lazos se
estrecharon más allá del plano espiritual para materializarse en el
plano físico. Wakanda recordaba con especial ternura cuando Magena,
supo de la muerte. Ella tenía mayores conocimientos de la vida,
instruída desde pequeña por el chamán, pero entendía que para el
resto de niños tomar conciencia de la muerte era un momento bastante
difícil de superar. Así que, limpiándole las lágrimas de las
mejillas, comenzó a explicarle con extrema ternura:
⸺
Cuando morimos, una parte de nuestra alma se refugia en un
limbo de recuerdos donde, paciente y descansada, alimentándose del
propio humor que desprenden esos recuerdos, espera el momento y el
lugar adecuado al que debe regresar. En cierto modo, eso nos
convierte a todos en un único ser, compartiendo todos, los
sentimientos que en otros tiempos u otros lugares compartieron otras
personas antes que nosotros. Nos buscamos por el mundo, hasta que,
por fin, nos encontramos. Por eso, no llores, preciosa luna
creciente, porque no
importa el tiempo que pase, nos volveremos a encontrar.
Por eso,
Wakanda, el día que Magena se unió a Logan, sin comprender qué
había sucedido, se refugió en el lugar más oscuro que se pueda
encontrar en el alma de una persona. Y el chamán temió no sólo que
no regresase sino que se perdiese en ese laberinto de múltiples e
inciertos caminos de los que se construye el alma humana.
Magena era,
lo que en honor a su nombre debía ser, inmadura, voluble e
inconstante.
Cualidades
que, a pesar de los inconvenientes, la convertían en un ser
adorable. Pero tras esas cualidades, se escondía una sombra que ni
el chamán había sido capaz de descubrir. Una mañana, Magena fue a
visitar a Wakanda, pero esta había encontrado un refugio en su mente
donde se encontraba agusto y, en cierto modo, tranquila. Veía a
Magena hablarle, pero apenas la escuchaba, y Magena se fue.
Pudieron pasar horas, tal vez, hasta que algunas palabras empezaron a
sonar en la mente de Wakanda, como si fuesen un eco o una ensoñación: ira, deseos, odio. Y, de pronto, dando un respingo, comprendió. Echó a correr, sus pasos la guiaban sin ella dar
órdenes, hasta una cueva alejada del poblado. Llegó justo a tiempo
de impedir el asesinato, pero se quedó mirando como Magena caía
sobre Logan, que no esperaba esa actuación de su adorable compañera,
como un animal rabioso, sacando toda su furia interna gritando y
tirándolo al suelo mientras intentaba clavarle un puñal sobre el
corazón. Logan le sujetó la mano y, a pesar de sus esfuerzos, la
mano que empuñaba el puñal no cedía ni un milímetro, cosa que
hacía enfurecer a Magena aún más. Entonces Wakanda, despidiéndose
de sí misma, dejó caer su cuerpo sobre el cuerpo de Magena mientras
empujaba con todas sus fuerzas su hombro hasta que el puñal entró
lentamente en el corazón de Logan.
Se hizo un
silencio atronador con el único sonido de ambas respiraciones. Hasta
que Magena, incorporándose y recobrando la compostura fríamente
exclamó:
̶ No importa, volveremos a encontrarnos.
Wakanda
dejó de mirar fijamente el cuerpo de Logan tendido en el suelo sin
vida, para mirarla fijamente. Debió haber sentido un
estremecimiento por todo su cuerpo al escuchar esas palabras, pero en
cambio, no sintió nada.
Sabía que
jamás podrían volver, sabía que Magena albergaba al espíritu
maligno en su interior, y también sabía que su propia vida
peligraba junto a ella, una vez desatado el mal. Así que, cuando se
dispusieron a abandonar la cueva, Wakanda respiró hondo, y junto a
Magena, el otro dos-espíritus al que amaba con todas las fuerzas de
su existencia, y que había sido considerado por el clan, junto a
ella misma, un enviado por Manitú, se sumergió en un camino
desconocido e incierto, como inciertos y desconocidos son los
caminos que construyen el alma humana.