Bajo los poros de la piel de ella surgieron fuertes deseos de amarlo, pero él no estaba interesado. Ella, dolida y despechada, lo denunció a las autoridades.
- Júzguelo con dureza, Señor juez, no quiere amarme.
El juez, tras examinar las pruebas del caso, con voz firme dictó sentencia:
- Sin el rastro de la lucha y las marcas propias de la pasión en los cuerpos de los amantes, no hay crimen.
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