Al retirar toda
la vegetación y la piedra que, a modo de puerta, tapa la entrada a la cueva,
accedes a un angosto pasadizo que, finalmente, te conduce hasta una pequeña
estancia, que se comunica con el exterior a través de una pequeña abertura en
el techo a modo de tragaluz. En esta estancia es donde permanecen durante poco
tiempo las víctimas desdichadas del súcubo, hasta que les roba toda su esencia
vital, tras actos carnales lascivos e impuros, esencia vital que le permitirá a
ella sobrevivir camuflada entre el mundo de los humanos un año más. Junto a
esta estancia, hay otra, cuya entrada es desconocida, más amplia, sus límites
no se alcanzan a ver, y mucho más oscura. Allí es donde tira a sus víctimas, a
las que mantiene con un hilo de vida, pero deja abandonadas por los siglos.
Gusta de conservarlas como trofeos, como recordatorio de sus victorias. Si el
hedor que de allí se desprende no te impide acercarte, podrás escuchar tras la
fría piedra y por algunos orificios, que en ella la humedad y el paso del
tiempo han provocado, el gemir lastimero y quejumbroso, y el deambular
arrastrando sus pies, de los miserables seres que allí se hayan esclavos...
Así rezaba el
narrador del comienzo de la película de serie B, que Fidel estaba comenzando a
ver, cuando el teléfono sonó. Era Laura. ¡Cómo podía haberlo olvidado! Faltaba
sólo una semana, y él aún no había pensado el regalo que le haría. Las
celebraciones que hace Laura de sus cumpleaños nunca decepcionan, al contrario,
siempre superan las expectativas de los asistentes. Todos en la pandilla
adoramos a Laura. Es guapa, es simpática, es amable, es sensible, lista,
divertida y amiga de sus amigos. La mujer ideal. Todos los chicos hemos
suspirado por llevarla de la mano y besarla bajo la luz de la luna. Pero ella
siempre se ha mantenido firme y nunca ha dado alas a nadie para nada.
Desde que la conozco, jamás ha tenido novio. Lo que todavía la hace aún más
especial. Imagino que el amor que siento por ella, enraizado tan profundamente
en mi corazón, es el mismo que debe sentir cualquiera de los amigos de la
pandilla, que por ser fieles a ese sentimiento, tampoco nunca hemos amado a
otra mujer. Desde que la conocimos hace unos años, este día siempre se ha
montado la gorda. Para ella se trata de un día muy especial y se esfuerza
porque su celebración quede en el recuerdo de todos. Aún no sé cómo consigue
reunir a tanta gente en cada evento que realiza, pero las fiestas bien podrían
ser la envidia de cualquier famoso potentado del mundo de la farándula. Y
cuando Laura grita: ¡a pasarlo bieeeeeennnnnn!, micrófono en mano, y sube la
música hasta unos límites que no escuchas ni tus propios pensamientos, toda la
gente presente allí entra en un trance del que no salimos hasta, creo que una
semana después.
Este año las
cosas son un poco diferentes. No debería haber fiesta, o al menos, eso pienso
yo. Lo sucedido en años anteriores debería ser causa suficiente para
cancelarla, puesto que, al parecer, empieza a ser rutina. En los últimos tres
años, hemos sufrido la desaparición de uno de nuestros amigos cada año,
coincidiendo con la noche de la fiesta. Es un hecho de lo más extraño, puesto
que todos salimos juntos de ella, pero no sé en qué punto del camino
desaparecieron y, a pesar de todas las investigaciones y pesquisas policiales,
nunca más se ha sabido de ellos.
Pienso en todas estas cosas mientras oigo a Laura al otro
lado del auricular, hablando y contándome no se qué de qué problema que ha
tenido con el repartidor de bebidas, que si esto que si aquello, cuando su voz
me trae de golpe a la realidad:
- No sé por qué dices eso, Fidel, mi fiesta no tiene nada
que ver con las desapariciones, dice con voz muy molesta.
Me quedo perplejo, no sé qué decir, juraría que de mi boca
no ha salido una palabra.
- Bueno, bueno, no te molestes. Yo no pienso que tu fiesta
tenga que ver, sino que no debería de haberla, simplemente por precaución.
- ¿A ti te gustaría desaparecer Fidel?, pregunta con voz
sensual.
- Si fuese contigo, sabes que sí.
- Bien..., ya lo has dicho.
Suena el timbre de la puerta, y de un respingo despierto
del tremendo sopor que me ha invadido, miro el reloj y llevo dos horas
arrellanado en el sillón. Soy incapaz de discernir si la película y la
conversación con Laura han sido reales o solo un sueño. Sea como sea, ahora
tengo un mal presentimiento. Me dirijo a la puerta y pregunto quién es. No
contesta nadie. Mi subconsciente me ha jugado una mala pasada.
Los días han pasado rápido, como siempre, pero más aún
cuando estás a la expectativa de que algo malo pueda suceder. No me puedo
quitar de la cabeza la conversación con Laura y, el miedo se ha instaurado en
mi corazón y en mi mente. No he querido contárselo a nadie, no quiero que
piensen que desconfío de ella, y mucho menos que llegue a sus oídos y ya no me
aprecie igual, porque aunque en el fondo sé que no tiene mucho sentido, sigo
albergando la esperanza de que algún día acabe amándome como yo la amo ella.
Pero este sentimiento nuevo que siento, mezcla de amor y miedo, me tiene estos
días medio loco.
Nada parece diferente a cualquier otro año. Las escenas se
repiten. La cantidad de personas que asisten, todas arregladas para ocasión,
montones de regalos apilados en una esquina del local, la bebida que
empieza a circular y Laura que se acerca a la cabina del Dj. Es su
momento, coge el micrófono, y arenga a la gente, sube la música y todos
empezamos a perder un poco la razón. Hasta ese momento soy capaz de contar lo
que allí sucede, pero después, ya es imposible recordar, comienza el trance.
Acabo de despertar. Tengo un dolor de cabeza imposible de
explicar. Apenas puedo abrir los ojos, y siento una angustia atroz en la boca
del estómago. Entreabro los ojos y no entiendo qué pasa. ¿Dónde estoy?, acierto
a musitar de forma apenas audible. Un hilo de luz insignificante entra por una
claraboya del techo al final de la estancia. Miro a mi alrededor y estoy en lo
que parece una cueva. La peste es insoportable. Creo que voy a vomitar. Intento
ponerme de pie, cuando me doy cuenta de que tengo la mano derecha amarrada a un
grillete que hay en la pared. ¡Eh!, grito, ¿hay alguien ahí? ¡Esto no tiene
ninguna gracia! Pero la única respuesta que recibo es el eco de mis propias
palabras y un susurro tras de mí. Me giro sobre mi lado derecho, y veo que en
la piedra hay unos agujeros. Miro a través de ellos, pero no veo nada. Está
demasiado oscuro. Pero sé que ahí detrás de esa pared hay alguien. Puedo oírlo.
¡Eh!, vuelvo a gritar. ¡Venga inmediatamente!, sigo sin obtener respuesta.
¡Eeeeeehhhhh!, grito cada vez más furioso, pero la peste se hace cada vez más
espesa a medida que mis sentidos empiezan a recuperarse y, mi grito es
interrumpido por una arcada que me hace vomitar. No sé cómo debe de oler un
muerto, pero creo que debe ser como el olor que hay aquí, a carne podrida y en
descomposición. Me revuelvo y desespero, y trato de sacar mi mano del grillete
que me mantiene impotente en ese lugar, pero es inútil. Cansado de intentar
soltarme vuelvo a girarme y a mirar por los agujeros. Me quedo largo rato
mirando para que mis ojos se habitúen a la oscuridad, y efectivamente, empiezo
a ver movimiento y a escuchar mejor. La estampa que observo me sobrecoge y
espanta de tal manera que intento echar a correr, pero olvido mi mano agarrada
y caigo al suelo del tremendo tirón. Mi grito de dolor inunda todo el espacio y
ahora además de tener la mano ensangrentada de intentar zafarme creo que
tengo la muñeca rota. Ya no puedo más, y me siento a llorar como un niño. Me he
dormido. No sé el tiempo que habrá trascurrido, pero ya no entra tanta claridad
por el tragaluz. Vuelvo a oír los murmullos y con mucho cuidado me vuelvo a
girar. Tengo la mano hinchada pero creo que no está rota, porque puedo moverla
un poco. Miro de nuevo por los agujeros y trato de calmarme para no cometer otro
error. Pasados unos minutos vuelvo a ver sombras moverse, deambulando
arrastrando los pies, cabizbajos como almas en pena, con las ropas a jirones y
los rostros cadavéricos, emitiendo
quejidos y gemidos, mezcla de dolor, pesadumbre y cansancio.
Presiento que ese va a ser mi destino cuando siento tras de
mí una presencia. Me giro lentamente, invadido todo mi cuerpo por el miedo
y..., es Laura, pero no es ella. Su mirada es dura, es cruel. Aún así le
imploro: ¡Laura!, ¡ayúdame, por favor! Entonces comienza a acercárseme lentamente
mientras que por su boca empieza a salir un cántico. Soy consciente que
es como el canto de las sirenas, hermoso, cautivador y engañoso. Me envuelve y
va paralizando mi cuerpo hasta que, finalmente, quedo preso en mi propio
interior, en donde puedo oír sus pensamientos, que se asemejan a un lamento:
- Cuento por miles mis victorias sobre vosotros, los
humanos, hombre o mujer, es indiferente y, sin embargo, ¡estoy tan sola! Se
fueron los míos, hace tanto tiempo, olvidados, despojados de su identidad, a
causa de la falta de miedo y superstición en este mundo material y vacío.
¡Deseo tanto volver a tener un compañero, un amigo, alguien con quien compartir
mis días!
Me conmueven sus palabras lastimeras y me dejo llevar por
el sentimiento que aún sigue vivo dentro de mí, y por la profunda pena que me
despierta aquel ser demoníaco.
- Dime tu nombre, solicito tiernamente.
- Abrahel es mi nombre, respondió. ¡Quédate conmigo!
- Deseo quedarme contigo. Haz de mí lo que quieras.
El escuchar estas
palabras dibujó en su rostro una lasciva sonrisa. Desplegó unas inmensas alas y
cayó sobre mí con una fuerza descomunal, cubriendo todo mi cuerpo. Yació
conmigo de forma lujuriosa e inhumana, hiriéndome de muerte y desposeyéndome de
mí mismo.
Y ahora estoy aquí, deambulando entre todos los
desgraciados que, como yo, se abandonaron a su encanto. Sabiendo que ya no hay
destino para mí, ni vida ni muerte. Solo la eternidad por delante para lamentarme por haberla creído y darle,
ingenuamente, el permiso que necesitaba para hacer de mí lo que ahora soy. Solo
una sombra entre cientos o miles de sombras más, en un oscuro y
desconocido lugar.
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