lunes, 23 de septiembre de 2013

Saltar en los charcos




Me fascina esta canción .

Procuro no escucharla en demasía, tengo tendencia a machacar la música cuando me gusta. Pero esta canción intento dosificarla, porque quiero que me siga emocionando y transmitiendo lo que se propone. Cada vez que decido escucharla lo hago con toda la emoción en el pecho que los momentos que describe merecen. No hay gracia más grande que la de ser niño, cuando nada tiene importancia más allá de tu escala de valores, cuando el mundo es infinito, y todo está bañado por la luz y el calor  de un sol inmenso, intemporal.

Mi papel de madre quedó hace tiempo en el camino de los buenos propósitos en la vida. Hoy sería incapaz de negar a un niño sus intenciones de vivir intensamente esos pocos años que se nos otorgan de libertad e inocencia, que se derrama por unos ojos siempre abiertos, risueños, hambrientos, y ponerle cadenas a esas pequeñas manos de dedos rechonchos y a esa mente absolutamente feliz.

Hay veces que las decisiones en la vida se toman sin saber. El día que terminé mis estudios supe que no quería ser esclava del sistema y, cuando los demás me preguntaban que qué haría entonces, yo simplemente contestaba, no sé, algo se me ocurrirá. No tuve que pensar mucho. Cualquier cosa que hiciera no me obligaría a ser cómplice de su secuestro en jaulas de cemento para su posterior mutilación.

Si hay algo en la vida que realmente merece la pena y por lo único que vale la pena luchar es por proteger la infancia y mantenerla en nuestros corazones hasta el día de nuestra muerte, amándola, amándola intensamente.

Y ahora la otra cara de la realidad. No dejéis de prestar atención a la escena final. De qué forma tan sencilla se mutila la idiosincrasia de cada individuo.


                                         

No hay comentarios:

Publicar un comentario