miércoles, 25 de enero de 2012

De la importancia de doblar bien una esquina



Tengo mucha prisa.
Son apenas las cinco de la tarde, las tiendas recién abiertas y yo apenas diez años.
Pero tengo mucha prisa.

Subo la calle que me dan las patadas en el...donde la espalda pierde su honorable nombre.
No corro, porque en mi incomprensible inocencia pienso que no debo correr yendo sola,
y porque hay que tener ganas de subir corriendo la cuesta de la calle donde vivo.
Pero mi paso  ligero hace sonrojar de vergüenza al mejor legionario que se precie.

Llego a lo más alto de la calle, donde está el stop de la carretera, me aseguro bien,
miro a un lado y miro al otro de la carretera, no viene nadie y...

¡Echo a correr! Ahora sí, el momento lo requiere.

Llego a la acera, y empujada por el impulso de mi anterior carrera,
extasiada por su embrujo,
sigo adelante, inconsciente, sin medir las consecuencias de lo que está a punto de suceder.

Llego a la esquina, la doblo y

¡¡¡¡¡¡¡BOOOOOOOOOOOOMMMMMMM!!!!!!!!!

¡Me doy el golpe más grande de mi vida con la que será la barriga más enorme que jamás haya visto y jamás veré!

Como es natural, mi pobre y frágil cuerpecito de niña no puede resistir el porrazo de semejante mole, reboto y caigo de culo (ahora sí) al suelo.

Las gafas hechas un ocho y pegadas a la nariz, el culo dolorido y con lágrimas en los ojos sólo alcanzo a oir, una voz grave y desagradable:

- ¡Niña, mira por donde andas!

Ya no tengo prisa, sólo ganas de llorar, que me aguanto para estrepitosamente soltárselas a mi sufrida madre.

Entre sollozos:

- Mami, me he caído y mira lo que ha pasado.

Se lo cuento, buscando en su mirada y sus palabras consuelo comprensivo pero sólo obtengo un:

- ¡Si es que vas como las locas!

Lección aprendida:

La importancia de doblar bien una esquina.

Nunca la olvidaré hasta el punto de parar, con disimulo, antes de doblarla  y comprobar que hay vía libre.

Cosas que pasan.