martes, 2 de julio de 2013

Anduvimos mil caminos y, sin embargo, todos eran el mismo

 Ante la inminente finalización del plazo de matrícula, Lales y yo hemos decidido ir a formalizarla. La decisión fue tomada a lo loco, de un minuto para otro, y sin problema alguno ni inconveniente mayor hemos llegado a tierra nazarí. Una vez allí, nos damos cuenta de que es un poco tarde, para cuando hayamos llegado a las facultades, sitas ambas en todo lo más alto de la cuesta, ya habrán cerrado las respectivas secretarías, por lo que con todo el arrojo que nos era atribuible nos montamos en el primer autobús urbano que pillamos, dirección no se sabe dónde. Yo le pregunto a ella si sabe lo que hace, y ella responde que sí. Yo me lo creo (¡he sido siempre tan crédula!). Iniciamos trayecto con tan mala suerte que nos toca el descanso del autobús en cuestión. La hora se nos echa encima, y las secretarías las van a cerrar. Empiezo a impacientarme y casi unilateralmente decido que nos vamos andando:

- Seguro que llegamos antes.
- ¿Pero tú sabes ir?- pregunta Lales.

Yo miro alrededor, y reconozco un letrero bastante familiar, INEM, pone. Hace unos días, estuve por aquí con otra amiga, y vi que por las cercanías de la Facultad había una oficina igual, por lo que supuse que sería la misma, yo que iba a saber que en Granada habría tanta gente sin empleo como para que hubiera más de una oficina.

- Si, respondo con absoluta seguridad. Reconozco esa oficina.

Ella se lo cree (¡ha sido siempre tan crédula!).

Así que, poniéndonos Granada por montera, cogemos caminito y manta, y nos vamos andando a la Facultad.

Pasado un buen rato, pregunto a Lales, si ella sabe por donde vamos, porque yo ya hace rato que no sé por donde ando si no es más allá de por el suelo, a lo que ella responde con un rotundo:

- No.

Totalmente aclarado, nos habíamos perdido. Ahora la cuestión era averiguar por dónde. Cuestión a la que en un breve lapso de tiempo dio respuesta Lales, cuando llegamos a una calle en la que había una iglesia, y ella con mucha emoción exclamó:

- ¡Este sitio lo conozco! Aquí hizo la hija de una prima mía la comunión.
- ¿Entonces ya sabes cómo llegar al menos al piso? (Hacía pocos días que eramos las nuevas y flamantes inquilinas de nuestro primer piso de alquiler sito en la plaza de toros, del cual ya he hablado en alguna que otra ocasión).

- ¡Qué va!, ¡si estamos en el Zaidin!

Granada, mes de Julio, hora del mediodía y  el sol dando de macetilla* . 

Pero, muy seguras de nosotras mismas seguíamos andando y andando, sin rumbo fijo. Aunque sí que aprendimos una cosa, y es que no es necesario perderse en el monte o en el bosque para andar en círculos, también sucede en la capital, porque pasamos por la misma iglesia al menos cinco veces. Y entonces fue cuando empezamos a preocuparnos, y yo a temer seriamente, que nos quedaríamos perdidas en aquel barrio para siempre (quizás venga de ahí mi miedo a perderme, quién sabe). Aunque apenas había gentes por las calles, debido al sofocante calor que hacía, decidimos que a la próxima persona que viéramos le preguntaríamos como ir a Camino de Ronda, lugar desde el que ambas podíamos, dándonos  otra suprema caminata, eso sí, llegar sin problemas a nuestro piso. Vimos a un chaval que venia en una moto, y al pararla lo abordamos, coloradas como tomates y muertas de sed:

- ¡¡¿¿¿Cómo llegamos a Camino de Ronda???!!

- ¡Uf!, fue la contestación del chico. Vosotras id hacia abajo, y ya por allí volvéis a preguntar.

Ante tan explícita contestación decidimos meternos en una tiendecilla de barrio y comprar, una litrona, foie gras, queso y pan. Y así cargadas, emprendimos nuestra marcha.

Para quienes conocen Granada se harán una idea del tour que hicimos por dicha ciudad. Porque llegamos a Camino de Ronda a la altura del río más o menos, caminamos toda la calle y subimos hasta la plaza de toros.

Cuando entramos por la puerta, eran las cuatro y media de la tarde, la litrona caliente, el queso y el foie gras derretidos y el pan espachurrao.

Comimos, nos consolamos, y nos volvimos al pueblo.

A mediados de curso, nos hallábamos relatando nuestra aventura a cualquiera que aún no la supiera, ya que solíamos narrarla nada más conocer a alguien. Nos gustaba reírnos una vez ya había pasado todo. Cuando de repente, se me encendió una lucecita, al tiempo que me cambiaba el gesto, y repito, a mediados de curso:

-¡¡Pero Lales!!, ¿¿¿CÓMO NO SE NOS OCURRIÓ COGER UN TAXI???