miércoles, 13 de agosto de 2014

Animales y animaladas

El valor de la vida no es equiparable al valor de la propiedad privada. Evidentemente, la propiedad privada es mucho más valiosa.

Vivo con tres compañeros de piso, que por ser más vulnerables que yo misma, me ocupo de su bienestar y de cubrir sus necesidades básicas de alimentación, higiene, cobijo, afectividad, al mismo tiempo que ellos cubren las mías, aunque las mías son principalmente afectivas.

Misti
Lo que son las cosas, al macho lo escogí yo, Tristán. Un gato romano procedente de la provincia de Sevilla. Llegó para atenuar la pena por una pérdida. La pérdida irreparable de una gatita carey, Misti, la más bonita y también salvaje del mundo. Para que se hagan una idea de esta última cualidad suya, solo diré que perdió tres de sus fantásticos colmillos en una visita al veterinario, tales eran los saltos y carreras y, en consecuencia, porrazos que se dio por tal de no dejarse coger. 

Tristán
Convertí Tristón, el nombre con el que lo llamaban las voluntarias de la protectora Arca de Noé, a causa de la tristeza que reflejaba en su rostro tras ser abandonado en los jardines de la misma urbanización en la que vivía, en Tristán, pues no quería que cargase toda la vida con tan lastimero destino, cambiándolo por uno algo más legendario, digo el nombre, su destino solo con que sea más feliz me doy por satisfecha.




Lili
Las hembras llegaron a mí por su cuenta. Ellas fueron las que me eligieron, (curioso ¿verdad? Hasta en la elección de compañeros para convivir es siempre la hembra la que elige). Lili llegó unos meses después de Tristán, sencillamente vino a maullarme a mi ventana. Su serenata se debía básicamente a hambre, mucha hambre, y vuelve otra vez la tristeza; tristeza por los palos que se llevaba al colarse en las casas de los vecinos buscando algo que comer, según me contó mi vecino. Y es que aún era (y es) muy pequeñita. 


Tula
Y, finalmente, llegó Tula, la hembra canina, que todos los días sin excepción corría toda la calle en mi busca cuando me veía salir, fuese la hora que fuese, siempre estaba allí, en busca de unas simples caricias y palabras amables mientras me acompañaba hasta la puerta de mi casa, puesto que lo que yo le proporcionaba de comida no era de su agrado. Acostumbrada a las ambrosías con las que la deleitaban en el bar de más arriba, el pienso que yo le ofrecía poca gracia le debía de hacer, (y le sigue haciendo). Pero quitar pulgas a pelo, (inocente de mí, nunca había visto una. Puede que fuera esa la razón por la que nunca me picaron), acariciar estando sucia, sonreír y decir palabras amables, siendo de la calle, carne de cañón, valga más para la supervivencia llenando otro órgano en mayor medida, el corazón, que el estómago.

A Tula prácticamente se la quité de las manos a un trabajador de la perrera de Linares. El cual había venido en busca y captura de ella y de sus tres cachorros, para llevarlos a ya sabemos qué destino final. Una muerte lenta y horrible, hacinados en unas condiciones de suciedad, tristeza y miedo que solo me recuerdan a un campo de concentración, donde el valor de la dignidad y la vida sencillamente no existe. Tula y sus cachorros, molestaban a algunos vecinos y ese era el destino que eligieron para ellos, (quíteme, por favor, la molestia de mi vista que lo que haya más allá... me la pela). 
Sé que ha sido maltratada, por lo poco que en unos meses pude saber de ella y por ciertas actitudes que sigue teniendo en según qué situaciones. Sé que ha sido madre al menos dos veces en su vida, hasta donde he podido saber, y también sé que tiene tres años aproximadamente. También sé que desde que "tiene dueña", ha dejado de ser invisible y objeto de pedradas o maldiciones, que personas que antes ni me saludaban ahora siempre tienen una bonita sonrisa, primero para mi perrita y después para mí, siempre en ese orden. Que se le permite hacer amistades con otros perros vecinos en nuestros paseos, y no es espantada de un zapatazo, con suerte. Sé que ahora Tula, como anteriormente Tristán y Lili, "tienen dueño"y, por tanto, son propiedad privada. Y eso amigos, eso, hace de sus vidas algo valioso. Ahora sí.

Cuando veas a un gato o a un perro callejero no le pegues, no tengas con él un mal gesto, porque lo que estas pequeñas pinceladas de vida que se nos han regalado a los humanos como compañeros de viaje, compañeros en un mismo barco que somos, (y muchísimas  más, pero no es cuestión de extenderse en enumeraciones que todo el mundo conoce) de lo único que están llenos es de amor, solo de mucho amor para darnos. Aunque la realidad sea que no nos lo merecemos. 

Ayer tuve un pensamiento mientras Tula se deshacía en carantoñas, saltos y fiestas hacia mi persona. Pensé que yo sé en qué medida extraordinaria la quiero, pero puedo afirmar con toda seguridad que ella me quiere a mí aún  más.




                                                    Discurso del gran Jefe Indio Seattle