lunes, 23 de septiembre de 2013

Saltar en los charcos




Me fascina esta canción .

Procuro no escucharla en demasía, tengo tendencia a machacar la música cuando me gusta. Pero esta canción intento dosificarla, porque quiero que me siga emocionando y transmitiendo lo que se propone. Cada vez que decido escucharla lo hago con toda la emoción en el pecho que los momentos que describe merecen. No hay gracia más grande que la de ser niño, cuando nada tiene importancia más allá de tu escala de valores, cuando el mundo es infinito, y todo está bañado por la luz y el calor  de un sol inmenso, intemporal.

Mi papel de madre quedó hace tiempo en el camino de los buenos propósitos en la vida. Hoy sería incapaz de negar a un niño sus intenciones de vivir intensamente esos pocos años que se nos otorgan de libertad e inocencia, que se derrama por unos ojos siempre abiertos, risueños, hambrientos, y ponerle cadenas a esas pequeñas manos de dedos rechonchos y a esa mente absolutamente feliz.

Hay veces que las decisiones en la vida se toman sin saber. El día que terminé mis estudios supe que no quería ser esclava del sistema y, cuando los demás me preguntaban que qué haría entonces, yo simplemente contestaba, no sé, algo se me ocurrirá. No tuve que pensar mucho. Cualquier cosa que hiciera no me obligaría a ser cómplice de su secuestro en jaulas de cemento para su posterior mutilación.

Si hay algo en la vida que realmente merece la pena y por lo único que vale la pena luchar es por proteger la infancia y mantenerla en nuestros corazones hasta el día de nuestra muerte, amándola, amándola intensamente.

Y ahora la otra cara de la realidad. No dejéis de prestar atención a la escena final. De qué forma tan sencilla se mutila la idiosincrasia de cada individuo.


                                         

martes, 17 de septiembre de 2013

Brujas

Capítulo IV: La dilatación
Imagen de Vicoolya & Sia

V. El parto

Si hay algo que una bruja no hace nunca es dar explicaciones.

Su comportamiento está siempre perfectamente meditado, reflexionado, medido y calibrado, sabe colocar cada cosa en su momento y cada momento en su lugar, para eso es bruja y habla y escucha a su madre, la naturaleza. Virginia estaba donde debía estar y estaba del modo que a ella le venía en gana, que no era ni más ni menos que el modo natural de las cosas, de sus cosas.  

Marcelo, hombre de ciudad, acostumbrado a vivir del modo que van marcando los cánones, solo se permitía salirse unos milímetros del camino establecido para el hombre maduro en la soledad de su casa, y no siempre, por no tildarse a sí mismo de loco. El hombre maduro suele pensar que no es un verdadero hombre hasta que se ha deshecho por completo del niño que en los comienzos  fue, perdiendo así toda su naturalidad, su inocencia, su capacidad, al fin y al cabo, de maravillarse con lo que le rodea y con las cosas que le suceden y actuando con bondad,  volviéndose así un poco amargado, escéptico y descreído. A Marcelo le había llegado la hora de quitarse sus ropajes urbanitas y convencionales y de quedarse desnudo. Y así, durante los meses que se sucedieron tras su llegada, aprendió a vivir con ella, no solo porque no hubiera otro camino que seguir sino porque era el único que le parecía que era el correcto, y se preguntaba por qué el resto del mundo no se daba cuenta de ello. Vivía dejándose llevar y la libertad y miscelánea se instauraron en su casa y en su vida. Lo mismo una mañana mientras aseaba la habitación lo sorprendía  el maullido incesante de unos pequeños gatos que, de pronto, aparecían en un rincón, y a los cuales debía alimentar y cuidar él mismo, que lo mismo despertaba a media noche sobresaltado, y pensando en un primer momento, que una nave alienígena lo estaba abduciendo con cabaña incluída, porque todo a su alrededor refulgía en azules, rosas, verdes y amarillos, formando de forma secuencial distintas figuras geométricas al igual que su caleidoscopio. Estaba en el interior del mismo, y escuchaba, dentro de su cabeza, exclamaciones de fascinación, tal y como fueron las suyas de niño cuando lo tuvo delante de sus ojos por primera vez. Las risas surgían inesperadas de cualquier parte, inspiradas por cualquier descubrimiento, una expresión desconocida en cualquiera de sus novelas, el contoneo de una salamanquesa que echaba a correr despavorida ante el zarpazo de uno de los pequeños felinos, acompañado de un “¡corre, corre, qué te pilla!” procedente de quién sabía dónde,  carreras nerviosas cuando, sin él siquiera intuirlo, la cogía desprevenida. A veces, ella le recordaba a un pequeño animalito descubriendo el mundo, con esa misma inocencia. Virginia estaba impregnada en todo lo que lo rodeaba, hasta en él mismo. La oía, la olía, la sentía y presentía, la soñaba, en alguna ocasión, hasta creyó tocarla, pero aún no había conseguido verla ni que contestara a sus continuas preguntas e intentos de establecer un diálogo con ella.  

Virginia lo estaba descubriendo a él y él la estaba descubriendo a ella. Que ella lo amara era su forma natural, amar a todo lo demás era inherente a su ser mismo, pero que él la amara a ella fue algo que costó un poco más, ya que Marcelo debía librarse de sus ropajes pesados, hechos a base de costumbres, de prejuicios, de ideas equivocadas. Virginia, en su inocencia, lo sabía, pero no tenía prisa, ninguna prisa, porque las cuestiones del destino llevan su propio pulso, su propio fluir. Marcelo hablaba con ella, incesantemente le preguntaba por su nombre, la primera prueba de que aún no estaba preparado. El nombre no es más que un símbolo, el modo en que los progenitores deciden que su prole camine por el mundo, no es algo propio, sino  impuesto, que deja de tener importancia cuando lo que hay entre manos va más allá de la estrechez del mundo humano.

La niña pequeña parecía ella pero el que estaba aprendiendo era él. Y así lo hizo, como no podía ser de otra manera siendo quién era y eso, Virginia, lo supo en el momento en que su llanto cesó y aquel aroma que llevaba escondida la presencia de Brigitte, su abuela,  se lo susurró.
      
                                                                     * * * * *

Imagen de Karin Rosenthal

Marcelo había olvidado por completo cualquier rastro que pudiese quedar en su memoria  y que pudiera ensombrecer su  vida ahora. Despertó plácidamente al igual que llevaba haciéndolo los tres últimos años. Por las rendijas de los postigos de la ventana entraban los rayos del sol. Pareciera que estaba pendido en el tiempo, mientras observaba como las motas de polvo suspendidas en la luz, inmutables, ajenas, continuaban su camino hacia ninguna parte.



Sintió su calor junto a él, miró a su derecha y allí estaba. Dormía tendida a su lado, hermosa, virginal. Era la primera vez que la veía y, fascinado, pensó que si los ángeles existían debían ser como ella. Desde que llegara a la cabaña, a cada momento, se sorprendía sabiendo cosas que él  no tenía conciencia de haber conocido anteriormente y, justo en ese momento, supo que no era la cabaña, sino ella, ella era la fuente que brotaba caudalosa en sus sueños de ciudad. La noche de su llegada no había comprendido sus palabras. Embargado como estaba aquella noche por la emoción no comprendió, necesitaba todo este tiempo, el tiempo exacto. Y justo ahora, al verla allí, al fin, supo de qué se trataba. Ya estaba preparado, sintió una fortaleza dentro de sí que jamás hubiera imaginado que tenía y, de nuevo, aquel aroma impregnó todo en la habitación.


-          - ¡Despierta!, susurró suavemente al oído de su hermana. ¡Virginia, despierta! ¡Ven, acompáñame! 

domingo, 8 de septiembre de 2013

Brujas

Capítulo I: Él Útero



Imagen de Vicoolya & Sia

IV. La dilatación 



La habían arrancado de la seguridad de su hogar y, entonces fue cuando Virginia reaccionó.
Ella no había sido consciente de la muerte de su madre hasta que tuvo que marcharse. Había permanecido aquellos años desde su muerte, en el letargo de conciencia que su progenitora consideró más adecuado, hasta que una vez pasaran unos años su hija fuese lo suficientemente fuerte para afrontar lo que se le avecinaba una vez ella muriera, y es que ninguna bruja podía hacer uso de su magia si el ascendiente más directo de su linaje no se había marchado de este mundo. 

Y Virginia era aún demasiado joven. Cuando tuvo que marcharse de la cabaña debió de afrontar dos hechos: uno, la muerte de su madre y dos, la gran responsabilidad que ahora tenía en sí misma. Ella no quería hacer daño a nadie, pero sabía que el corazón tiene sus propias leyes y que puede resultar imposible domarlo cuando se desboca.

Una tarde del tercer otoño, próxima al ocaso, la trajo de vuelta, y las lágrimas que cesaron de brotar dieron paso a un suave viento, una ligera brisa que la envolvía en una nube impregnada de un aroma entre floral y almizclado. Sumergida en una paz indescriptible sintió su propia fortaleza y supo que estaba a punto de llegar. De forma incomprensible supo de ese vínculo que, lo quieras o no, está. Fuerte, férreo, irrompible.

Ahora tenía todo el poder y la cabaña la estaba reclamando.

                                                                                 * * * * *

Marcelo llegó a la cabaña casi con lo puesto. Todo, desde hacía un mes, era intrigante y expectante. Sus sueños, sus ensoñaciones, le habían cambiado la vida. Solo necesitaba llegar, llegar de una vez a aquel sombrío lugar, no necesitaba darle vueltas a las cosas que se iba a llevar, sabía que poco iba a necesitar de sus pertenencias. 

- Las necesidades se las inventa uno mismo, solía decirle su compañero de cuarto en la residencia universitaria. 

Siempre le intrigaron esos arranques de sabiduría en ese chico tan, aparentemente, loco y frívolo, que acababa dejándolo boquiabierto con afirmaciones como esta que sentaban cátedra. 

Así que, con esa frase continuamente en su cabeza, hizo las maletas, llevándose exclusivamente ropa y artículos de primera necesidad, entendiendo por estos, algunos libros y toda su colección de música almacenada en su reproductor de mp3. Parecía increíble que décadas de arte musical pudieran caber en algo tan minúsculo. Y su caleidoscopio. Lo había acompañado desde siempre. Era un legado de su abuela, a la que nunca conoció. Desde pequeño había sentido fascinación por la magia de formas y colores y era capaz de pasarse horas contemplando aquel  artilugio. 

Pagó al taxista, que a regañadientes lo había llevado hasta allí desde la aldea. Ahora estaba solo. Con dos maletas en el suelo y una mochila colgada a la espalda, frente a la, contra pronóstico, majestuosa cabaña. Hubiera jurado que en las fotos parecía más pequeña y destartalada. El corazón galopaba desbocado en su pecho, queriendo salirse por su garganta, hasta le temblaban las piernas, pareciera que estaba a punto de conocer a la mujer de sus sueños. Realmente así era. 

Al entrar solo se escuchaba su respiración y el crujir de las maderas bajo sus pies pero aún así, ante tan aplastante soledad, él saludó tímidamente:

- Hola, ya he llegado, al fin me tienes aquí. 

No sucedió nada. Así que con una sonrisa que estaba al borde de convertirse en carcajadas, por los nervios y la excitación de encontrarse al fin allí,  se puso manos a la obra y empezó a acomodarse en su nuevo hogar. Todo estaba limpio y reluciente, listo para empezar a vivir, literalmente hablando. 

A media noche, sumergido en un profundo sueño, vagaba por el bosque tratando de encontrar el manantial, desesperado corría hacia un lado y hacia el otro, estaba perdido, escuchaba atentamente pero no oía el fluir del agua. Todo a su alrededor se había quedado hueco, sordo. 



- ¿Dónde estás?, guíame, tengo que encontrarte, - gritaba una y otra vez como loco.

- Ya no he de llorar más. No temas, ya estoy aquí, - le contestó dulcemente una voz femenina. 

En ese momento despertó. No vio a nadie, pero sabía que seguía allí con él. 

sábado, 7 de septiembre de 2013

Soledad

Suelo tener un pensamiento recurrente que me hace sentir que, a lo largo de mi vida solo he ido tomando decisiones equivocadas y que, lógicamente han orientado el camino hacía el lugar en el cual me encuentro ahora. Y como siempre pasa, ese pensimiento* me llena de culpa, tristeza por no haber sabido, y de angustia por no poder echar marcha atrás y corregir, por haber llegado a este mundo e ir caminando de error garrafal a error gigantesco, sin saber elegir, sin saber andar, comparándome con las vidas de los demás. 

Hoy algo en mí ha dado un giro, cuando en mitad de ese pensimiento me ha asaltado esa misma idea pero en sentido inverso: esos supuestos errores fueron aciertos porque me han llevado precisamente a la vida que debía llevar, que es la que tengo y no otra. De lo único que se trata es de quererse un poquito más y dejar de pensar que la vida de los demás es mejor que la nuestra, y solo por ese sentimiento de soledad que, a veces, sin siquiera detectarlo te abruma. Porque en el fondo, muy en el fondo, la pura realidad, es que todos estamos solos. 

* Pensimiento: Término que se me ha ocurrido mientras escribía que viene a representar un bucle de realimentación formado por el pensamiento que te lleva al sentimiento y viceversa, donde es imposible encontrar el punto de partida. Quizás haya un término específico para referirse a este hecho pero a mí se me ha ocurrido este. 


viernes, 6 de septiembre de 2013

Cuando mirar fue suficiente


Así, como el que no quiere la cosa, relajada y distraída, bebiendo de su copa, de forma distendida, hacía un barrido visual a toda la gente de la fiesta. Allí lo vio. Días antes ya habían coincidido en el mismo lugar. Le gustó su corte de pelo, su barba de tres días, su forma de vestir descuidada, las pequeñas pecas de su espalda, provocadas con toda certeza  por el sol del verano, que se dejaban ver tímidas por encima del cuello de su camiseta.

No podía evitarlo y, a pesar del gentío, no dejaba de seguirlo con la mirada. Estaba con otra chica, alta, llamativa, de esas con las que se siente que nunca se podría competir, pero no le importaba, porque no quería dejar de llevarse en el recuerdo lo guapo que era. Fue pasando el tiempo y, con disimulo a cada momento lo buscaba, le gustaba saber por donde andaba. Estaba justo delante de la pequeña cabina improvisada desde la cual, un también improvisado Dj hacía su selección musical cuando un grupo de personas se interpuso entre ambos, así que ella se distrajo con otras cosas. Volvió a iniciar su búsqueda, y justo en ese instante, el grupo de personas se dispersó dejando un pequeño camino libre que los unía a ambos. Y, esta vez, al mirar, él, en ese mismo instante, también la estaba mirando; el camino que se había abierto entre ambos se acortó, y hubiera jurado que el silencio los envolvió y que se habían quedado solos en aquel pequeño lugar, en lo que para ella fue poco más que una eternidad.