“Aprendimos
a mirar
con
la duda entre los dedos y a tientas
descubrimos
que al final,
las
palabras que no existen
nos
pueden salvar, sin hablar.”
Rey
Sol. Vetusta Morla
Hubo un
tiempo tan antiguo que ni los viejos más viejos que los viejos
pueden ya recordar. Hubo un tiempo tan antiguo que las palabras ya
cansadas y desgastadas dejaron de repetir sus historias. Hubo un
tiempo tan antiguo al que ya nadie se refiere, ni siquiera los sueños
pueden saber de su verdad.
Fue en aquel
tiempo cuando el titán Hiperión y la titánide Tea engendraron a
Selene, la más lozana, la más hermosa, aterciopelada y etérea de
sus hijas. Prendados ambos de tanta maravilla, quisieron mostrarla al
mundo al tiempo que protegerla, y así fue como la enviaron lejos
aunque a la vista de todos, con su abuelo Urano, el firmamento, donde
solo se mostraría en todo su esplendor en pequeñas dosis, en el
momento del descanso y en fases que irían variando con los días. De
este modo, ni permitían su comtemplación constante ni tampoco su
olvido, consiguiendo un equilibrio perfecto en los anhelos por ella
de los demás titanes, titánides y humanos mortales.
En aquel
entonces su tía Mnemósine dio a luz a las nueve musas, al tiempo
que el pastor Endimión vino también a este mundo. Pasado el tiempo,
este comenzó con sus labores de pastoreo que lo obligaban a pasar
las noches a la intemperie, y como no pudo ser de otro modo, quedó
prendado de Selene. A ella, que habia pasado la mayor parte de su
vida con la única compañía de su abuelo, observaba desde lejos,
pero sin perder detalle, todos los acaecimientos divinos y humanos,
comenzaron a llenarsele sus noches con una voz tenue pero que
templaba su corazón, y que cantaba versos de los que solo se podía
descifrar su nombre. Y es que las musas, ya habían emprendido su
camino, haciendo del mundo algo mucho mejor. Llenándolo de música,
letras, artes y, al fin y al cabo, amor. Y así fue que Selene y
Endimión iniciaron un profundo, hermoso y sincero amor. Selene, que
conocía el deseo de posesión de sus padres, al que antes de conocer
a Endimión, había llamado amor, y anticipándose a su más que
segura conspiración para separarlos, pidió ayuda a su tío Atlas.
Selene confiaba en él, porque sabía lo que era ser castigado a la
soledad más absoluta, ya que él se enfrentaba a toda la eternidad
soportando el peso del mundo sobre sus espaldas, sin posibilidad
alguna de redención. Y no se equivocó. Atlas, conocedor del mundo
mejor que cualquier otro titán o dios que lo gobernase, construyó
un fabuloso enclave en un lugar tan recóndito y escondido que jamás
nadie lograría encontrar. Selene se desposeyó de su carne y dejó
tan solo la roca en el cielo nocturno, y junto a Endimión partieron
al abrigo de la noche a aquel jardín del Edén, al que en honor a
su creador, llamaron Atlántida.
Apolo
a la izquierda canta y tañe la lira, las musas le siguen danzando
Mientras
tanto, las musas, espíritus libres y bondadosos que son, se
encontraban contentas y orgullosas, celebrando la perfección con la
que se había llevado a cabo el plan que entre todas habían urdido.
Guardianas de aquel idílico lugar, fueron recorriendo el mundo,
inventando rumores y leyendas acerca de aquel magnífico rincón,
para que nadie lo pudiera olvidar. Para unos fue una gran potencia
militar, para otros la mayor civilización jamás vista en el mundo,
pero un lugar que intentar encontrar y saber de su verdad, para
todos. Y pasaron los años, los siglos y los milenios. Pasaron los
titanes y las titánides, dioses y diosas, héroes, hombres y
mujeres; y ellas siguieron invadiendo el mundo con pequeñas dosis
aquí y allá, de la maravilla conservada en aquel lugar. La que
nunca permitirían que fuese olvidada.
Y, de
pronto, unas notas musicales, una estrofa de un verso, o una canción;
unas pinceladas multicolor en un lienzo, un paisaje o unos números
exactos en un problema matemático tras su resolución. Y el estómago
da un vuelco, y se ablanda un poquito el corazón. Son ellas, que en
su incansable deseo de hacer de este mundo un lugar mejor, crearon y
dejaron bien guardado el amor puro y sencillo, donde las pasiones
humanas o divinas no pudieran mancillarlo, y a pequeños susurros al
oído del poeta, del músico o pintor, mago o compositor, lo van
regalando por el mundo, consiguiendo que cada quien a cada hora en
cada lugar, en lo más escondido de su ser a lo único que aspire en
el mundo sea a alcanzar ese estado de perfección que solo nos aporta
el amar y ser amados. Serán las ciencias y las artes las que siempre
hagan florecer la emoción del amor en los hombres, a la vez que se
empeñarán en la eterna búsqueda de la Atlántida, ese lugar ideal,
que no es más que el mundo entero.
Un mundo
mejor es posible, solo cuando el amor echa a andar. Eso las musas lo
sabían, y por eso, no nos abandonaron como a naúfragos en medio del
mar.