lunes, 7 de julio de 2014

Solo una más


Al retirar toda la vegetación y la piedra que, a modo de puerta, tapa la entrada a la cueva, accedes a un angosto pasadizo que, finalmente, te conduce hasta una pequeña estancia, que se comunica con el exterior a través de una pequeña abertura en el techo a modo de tragaluz. En esta estancia es donde permanecen durante poco tiempo las víctimas desdichadas del súcubo, hasta que les roba toda su esencia vital, tras actos carnales lascivos e impuros, esencia vital que le permitirá a ella sobrevivir camuflada entre el mundo de los humanos un año más. Junto a esta estancia, hay otra, cuya entrada es desconocida, más amplia, sus límites no se alcanzan a ver, y mucho más oscura. Allí es donde tira a sus víctimas, a las que mantiene con un hilo de vida, pero deja abandonadas por los siglos. Gusta de conservarlas como trofeos, como recordatorio de sus victorias. Si el hedor que de allí se desprende no te impide acercarte, podrás escuchar tras la fría piedra y por algunos orificios, que en ella la humedad y el paso del tiempo han provocado, el gemir lastimero y quejumbroso, y el deambular arrastrando sus pies, de los miserables seres que allí se hayan esclavos...

Así rezaba el narrador del comienzo de la película de serie B, que Fidel estaba comenzando a ver, cuando el teléfono sonó. Era Laura. ¡Cómo podía haberlo olvidado! Faltaba sólo una semana, y él aún no había pensado el regalo que le haría. Las celebraciones que hace Laura de sus cumpleaños nunca decepcionan, al contrario, siempre superan las expectativas de los asistentes. Todos en la pandilla adoramos a Laura. Es guapa, es simpática, es amable, es sensible, lista, divertida y amiga de sus amigos. La mujer ideal. Todos los chicos hemos suspirado por llevarla de la mano y besarla bajo la luz de la luna. Pero ella siempre se ha mantenido firme y nunca ha dado alas a nadie  para nada. Desde que la conozco, jamás ha tenido novio. Lo que todavía la hace aún más especial. Imagino que el amor que siento por ella, enraizado tan profundamente en mi corazón, es el mismo que debe sentir cualquiera de los amigos de la pandilla, que por ser fieles a ese sentimiento, tampoco nunca hemos amado a otra mujer. Desde que la conocimos hace unos años, este día siempre se ha montado la gorda. Para ella se trata de un día muy especial y se esfuerza porque su celebración quede en el recuerdo de todos. Aún no sé cómo consigue reunir a tanta gente en cada evento que realiza, pero las fiestas bien podrían ser la envidia de cualquier famoso potentado del mundo de la farándula. Y cuando Laura grita: ¡a pasarlo bieeeeeennnnnn!, micrófono en mano, y sube la música hasta unos límites que no escuchas ni tus propios pensamientos, toda la gente presente allí entra en un trance del que no salimos hasta, creo que una semana después.

Este año las cosas son un poco diferentes. No debería haber fiesta, o al menos, eso pienso yo. Lo sucedido en años anteriores debería ser causa suficiente para cancelarla, puesto que, al parecer, empieza a ser rutina. En los últimos tres años, hemos sufrido la desaparición de uno de nuestros amigos cada año, coincidiendo con la noche de la fiesta. Es un hecho de lo más extraño, puesto que todos salimos juntos de ella, pero no sé en qué punto del camino desaparecieron y, a pesar de todas las investigaciones y pesquisas policiales, nunca más se ha sabido de ellos.

Pienso en todas estas cosas mientras oigo a Laura al otro lado del auricular, hablando y contándome no se qué de qué problema que ha tenido con el repartidor de bebidas, que si esto que si aquello, cuando su voz me trae de golpe a la realidad:

- No sé por qué dices eso, Fidel, mi fiesta no tiene nada que ver con las desapariciones, dice con voz muy molesta.

Me quedo perplejo, no sé qué decir, juraría que de mi boca no ha salido una palabra.

- Bueno, bueno, no te molestes. Yo no pienso que tu fiesta tenga que ver, sino que no debería de haberla, simplemente por precaución.
- ¿A ti te gustaría desaparecer Fidel?, pregunta con voz sensual.
- Si fuese contigo, sabes que sí.
- Bien..., ya lo has dicho.

Suena el timbre de la puerta, y de un respingo despierto del tremendo sopor que me ha invadido, miro el reloj y llevo dos horas arrellanado en el sillón. Soy incapaz de discernir si la película y la conversación con Laura han sido reales o solo un sueño. Sea como sea, ahora tengo un mal presentimiento. Me dirijo a la puerta y pregunto quién es. No contesta nadie. Mi subconsciente me ha jugado una mala pasada. 

Los días han pasado rápido, como siempre, pero más aún cuando estás a la expectativa de que algo malo pueda suceder. No me puedo quitar de la cabeza la conversación con Laura y, el miedo se ha instaurado en mi corazón y en mi mente. No he querido contárselo a nadie, no quiero que piensen que desconfío de ella, y mucho menos que llegue a sus oídos y ya no me aprecie igual, porque aunque en el fondo sé que no tiene mucho sentido, sigo albergando la esperanza de que algún día acabe amándome como yo la amo ella. Pero este sentimiento nuevo que siento, mezcla de amor y miedo, me tiene estos días medio loco.

Nada parece diferente a cualquier otro año. Las escenas se repiten. La cantidad de personas que asisten, todas arregladas para ocasión, montones de regalos apilados en una esquina del local,  la bebida que empieza a circular y Laura  que se acerca a la cabina del Dj. Es su momento, coge el micrófono, y arenga a la gente, sube la música y todos empezamos a perder un poco la razón. Hasta ese momento soy capaz de contar lo que allí sucede, pero después, ya es imposible recordar, comienza el trance.

Acabo de despertar. Tengo un dolor de cabeza imposible de explicar. Apenas puedo abrir los ojos, y siento una angustia atroz en la boca del estómago. Entreabro los ojos y no entiendo qué pasa. ¿Dónde estoy?, acierto a musitar de forma apenas audible. Un hilo de luz insignificante entra por una claraboya del techo al final de la estancia. Miro a mi alrededor y estoy en lo que parece una cueva. La peste es insoportable. Creo que voy a vomitar. Intento ponerme de pie, cuando me doy cuenta de que tengo la mano derecha amarrada a un grillete que hay en la pared. ¡Eh!, grito, ¿hay alguien ahí? ¡Esto no tiene ninguna gracia! Pero la única respuesta que recibo es el eco de mis propias palabras y un susurro tras de mí. Me giro sobre mi lado derecho, y veo que en la piedra hay unos agujeros. Miro a través de ellos, pero no veo nada. Está demasiado oscuro. Pero sé que ahí detrás de esa pared hay alguien. Puedo oírlo. ¡Eh!, vuelvo a gritar. ¡Venga inmediatamente!, sigo sin obtener respuesta. ¡Eeeeeehhhhh!, grito cada vez más furioso, pero la peste se hace cada vez más espesa a medida que mis sentidos empiezan a recuperarse y, mi grito es interrumpido por una arcada que me hace vomitar. No sé cómo debe de oler un muerto, pero creo que debe ser como el olor que hay aquí, a carne podrida y en descomposición. Me revuelvo y desespero, y trato de sacar mi mano del grillete que me mantiene impotente en ese lugar, pero es inútil. Cansado de intentar soltarme vuelvo a girarme y a mirar por los agujeros. Me quedo largo rato mirando para que mis ojos se habitúen a la oscuridad, y efectivamente, empiezo a ver movimiento y a escuchar mejor. La estampa que observo me sobrecoge y espanta de tal manera que intento echar a correr, pero olvido mi mano agarrada y caigo al suelo del tremendo tirón. Mi grito de dolor inunda todo el espacio y  ahora además de tener la mano ensangrentada de intentar zafarme creo que tengo la muñeca rota. Ya no puedo más, y me siento a llorar como un niño. Me he dormido. No sé el tiempo que habrá trascurrido, pero ya no entra tanta claridad por el tragaluz. Vuelvo a oír los murmullos y con mucho cuidado me vuelvo a girar. Tengo la mano hinchada pero creo que no está rota, porque puedo moverla un poco. Miro de nuevo por los agujeros y trato de calmarme para no cometer otro error. Pasados unos minutos vuelvo a ver sombras moverse, deambulando arrastrando los pies, cabizbajos como almas en pena, con las ropas a jirones y los rostros cadavéricos,  emitiendo quejidos y gemidos, mezcla de dolor, pesadumbre y cansancio. 

Presiento que ese va a ser mi destino cuando siento tras de mí una presencia. Me giro lentamente, invadido todo mi cuerpo por el miedo  y..., es Laura, pero no es ella. Su mirada es dura, es cruel. Aún así le imploro: ¡Laura!, ¡ayúdame, por favor! Entonces comienza a acercárseme lentamente mientras que por  su boca empieza a salir un cántico. Soy consciente que es como el canto de las sirenas, hermoso, cautivador y engañoso. Me envuelve y va paralizando mi cuerpo hasta que, finalmente, quedo preso en mi propio interior, en donde puedo oír sus pensamientos, que se asemejan a un lamento:

- Cuento por miles mis victorias sobre vosotros, los humanos, hombre o mujer, es indiferente y, sin embargo, ¡estoy tan sola! Se fueron los míos, hace tanto tiempo, olvidados, despojados de su identidad, a causa de la falta de miedo y superstición en este mundo material y vacío. ¡Deseo tanto volver a tener un compañero, un amigo, alguien con quien compartir mis días!

Me conmueven sus palabras lastimeras y me dejo llevar por el sentimiento que aún sigue vivo dentro de mí, y por la profunda pena que me despierta aquel ser demoníaco.  

- Dime tu nombre, solicito tiernamente.

- Abrahel es mi nombre, respondió. ¡Quédate conmigo!

- Deseo quedarme contigo. Haz de mí lo que quieras. 

El escuchar  estas palabras dibujó en su rostro una lasciva sonrisa. Desplegó unas inmensas alas y cayó sobre mí con una fuerza descomunal, cubriendo todo mi cuerpo. Yació conmigo de forma lujuriosa e inhumana, hiriéndome de muerte y desposeyéndome de mí mismo.


Y ahora estoy aquí, deambulando entre todos los desgraciados que, como yo, se abandonaron a su encanto. Sabiendo que ya no hay destino para mí, ni vida ni muerte. Solo la eternidad por delante  para lamentarme por haberla creído y darle, ingenuamente, el permiso que necesitaba para hacer de mí lo que ahora soy. Solo una sombra entre cientos o miles de sombras más,  en un oscuro y desconocido lugar. 

Luciérnagas



Cuando yo me muera, no espero que la vida de nadie se detenga, ni que el suelo tiemble bajo los pies de alguien. Solo espero que unas gotas de agua del mar mojen el campo en el que mi cuerpo se halle.






Cada día camino por los mismos pasos que llevo dando toda mi vida. Los mismos campos, las mismas calles, y aunque hay caras nuevas, incluso las mismas gentes. Paseo, paseo y paseo y, a cada paso que doy, sea mañana o sea noche, percibo olores, sonidos que me traen a la memoria momentos de otros tiempos. El olor a tierra mojada, cuando cae una tormenta o cuando los periquitos empapan el césped al anochecer. 

Los conejitos, las amapolas, esas flores amarillas de las que nunca supe el nombre, que adornan los huertos, ahora sin labrar, que recogía cuando era pequeña, hacía ramos de flores silvestres que traía a casa, para comprobar más tarde que flaco favor hacía a aquellas flores al cortarlas, pues tan efímera era su vida metidos sus tallos en un improvisado jarrón. Las espigas que tirábamos a la espalda de las otras niñas para saber cuántos novios íban a tener. Los grillos. El canto de los grillos en las noches de verano. El silencio. Las voces a lo lejos de los vecinos al fresco. Mis sentidos me engañan porque ya no hay vecinos que salgan al fresco a las puertas de sus casas. Algún vecino esporádicamente se suele sentar en el banco del solar más abajo de mi casa. Porque yo sigo viviendo en el mismo lugar donde crecí. La misma casa, la misma calle, los mismos campos, las mismas gentes. Pero, y que será de todo eso cuando yo me muera. ¿Se irán conmigo donde quiera que yo vaya? ¿o desaparecerán del mundo no dejando ninguna huella? Me gusta escribir sobre mi vida. Y quizás sea esa la razón. Solo el miedo o la pena, a que todo lo que yo soy, a todo lo que yo he sido desaparezca. Que llegue el día en que todos esos momentos, los sentimientos que su recuerdo despierta, ya no estén, ya no sean "ni una estela". Esos sentimientos que su recuerdo despierta, como encontrar en el solar de más abajo de mi casa, mientras escucho charlar a algunos vecinos sentados en el banco ¡una luciérnaga, dos, tres, cuatro luciérnagas! Luciérnagas que no había vuelto a ver desde los años de mi infancia, en las mismas calles, en los mismos campos, con las mismas gentes.


Cuando yo me muera, no espero que la vida de nadie se detenga, ni que el suelo tiemble bajo los pies de alguien. Solo espero que mis recuerdos se recuerden. Solo así espero..., no haber muerto.
Cuando yo me muera, solo espero que alguien derrame algunas lágrimas por mí.