domingo, 7 de enero de 2018

Volveremos a encontrarnos

Soy tu amo..., eres mía.
Parece que no puedo poseer tu alma
sin perder la mía.”
Forastera, Diana Gabaldon



La noche del ritual de los sueños compartidos, Wakanda, la de poder mágico, compartió con el resto del clan uno de los sueños que más recientemente había tenido y que la había inquietado como hacía mucho tiempo que ningún otro sueño lo había hecho. Era la pupila del chamán. Sus cualidades, así como el hecho de ser una elegida del Gran Espíritu, la habían convertido en un miembro reconocido del clan Águila, perteneciente a la gran nación iroquesa, desde muy temprana edad.

Wakanda no había soñado con muertes, con espíritus malignos, ni tan siquiera con desastres naturales. Había tenido un sueño hermoso. Era una cálida noche de verano, y ella estaba tumbada sobre la fresca hierba del prado, contemplando plácidamente la lluvia de estrellas que todos los años se sucedía desde tiempos inmemoriales. Entre todos los miembros del clan llegaron a la conclusión de que se trataba de un sueño de mal agüero.

Cuando pasó la estación fría, empezaron a verse por la zona hermanos lakotas, pueblo de las grandes llanuras, nómadas que iban cambiando su residencia en busca de rebaños de bisontes. No era la primera vez que, alguna mujer de su clan se había unido con uno de estos hermanos, y por tanto, había sido asumido como un miembro más del clan. Y así fue como Magena, luna creciente, se unió a Logan, nube en lengua sioux, dejando patente para el chamán que ese era el origen del sueño de Wakanda.

Para Wakanda, la unión de Magena con aquel hombre, fue peor que cualquier tortura. Habían crecido juntas, sus familias habían ocupado espacios contiguos en la casa comunal, y lo que las unió desde pequeñas iba más allá de lazos de hermandad o amistad. Los demás miembros del clan lo sabían desde que eran pequeñas, ambas eran dos-espíritus, hecho que fue considerado como un regalo del Gran Espíritu para con el clan. Y, por ello, desde pequeñas, gozaron del respeto y admiración de todos, siéndoles otorgado un grado mayor de libertad de lo que era normal para los otros niños.

Gustaban de ausentarse, se escabullían del resto de niños para estar solas, y era de su gusto ir al lago, a bañarse en tiempos de calor, y en tiempos de frío, a deslizarse sobre la gruesa capa de hielo que sobre él se formaba. Según fueron creciendo, esos lazos se estrecharon más allá del plano espiritual para materializarse en el plano físico. Wakanda recordaba con especial ternura cuando Magena, supo de la muerte. Ella tenía mayores conocimientos de la vida, instruída desde pequeña por el chamán, pero entendía que para el resto de niños tomar conciencia de la muerte era un momento bastante difícil de superar. Así que, limpiándole las lágrimas de las mejillas, comenzó a explicarle con extrema ternura:

Cuando morimos, una parte de nuestra alma se refugia en un limbo de recuerdos donde, paciente y descansada, alimentándose del propio humor que desprenden esos recuerdos, espera el momento y el lugar adecuado al que debe regresar. En cierto modo, eso nos convierte a todos en un único ser, compartiendo todos, los sentimientos que en otros tiempos u otros lugares compartieron otras personas antes que nosotros. Nos buscamos por el mundo, hasta que, por fin, nos encontramos. Por eso, no llores, preciosa luna creciente, porque no importa el tiempo que pase, nos volveremos a encontrar.

Por eso, Wakanda, el día que Magena se unió a Logan, sin comprender qué había sucedido, se refugió en el lugar más oscuro que se pueda encontrar en el alma de una persona. Y el chamán temió no sólo que no regresase sino que se perdiese en ese laberinto de múltiples e inciertos caminos de los que se construye el alma humana.

Magena era, lo que en honor a su nombre debía ser, inmadura, voluble e inconstante.
Cualidades que, a pesar de los inconvenientes, la convertían en un ser adorable. Pero tras esas cualidades, se escondía una sombra que ni el chamán había sido capaz de descubrir. Una mañana, Magena fue a visitar a Wakanda, pero esta había encontrado un refugio en su mente donde se encontraba agusto y, en cierto modo, tranquila. Veía a Magena hablarle, pero apenas la escuchaba, y Magena se fue. Pudieron pasar horas, tal vez, hasta que algunas palabras empezaron a sonar en la mente de Wakanda, como si fuesen un eco o una ensoñación: ira, deseos, odio. Y, de pronto, dando un respingo, comprendió. Echó a correr, sus pasos la guiaban sin ella dar órdenes, hasta una cueva alejada del poblado. Llegó justo a tiempo de impedir el asesinato, pero se quedó mirando como Magena caía sobre Logan, que no esperaba esa actuación de su adorable compañera, como un animal rabioso, sacando toda su furia interna gritando y tirándolo al suelo mientras intentaba clavarle un puñal sobre el corazón. Logan le sujetó la mano y, a pesar de sus esfuerzos, la mano que empuñaba el puñal no cedía ni un milímetro, cosa que hacía enfurecer a Magena aún más. Entonces Wakanda, despidiéndose de sí misma, dejó caer su cuerpo sobre el cuerpo de Magena mientras empujaba con todas sus fuerzas su hombro hasta que el puñal entró lentamente en el corazón de Logan.

Se hizo un silencio atronador con el único sonido de ambas respiraciones. Hasta que Magena, incorporándose y recobrando la compostura fríamente exclamó:

̶  No importa, volveremos a encontrarnos.

Wakanda dejó de mirar fijamente el cuerpo de Logan tendido en el suelo sin vida, para mirarla fijamente. Debió haber sentido un estremecimiento por todo su cuerpo al escuchar esas palabras, pero en cambio, no sintió nada.

Sabía que jamás podrían volver, sabía que Magena albergaba al espíritu maligno en su interior, y también sabía que su propia vida peligraba junto a ella, una vez desatado el mal. Así que, cuando se dispusieron a abandonar la cueva, Wakanda respiró hondo, y junto a Magena, el otro dos-espíritus al que amaba con todas las fuerzas de su existencia, y que había sido considerado por el clan, junto a ella misma, un enviado por Manitú, se sumergió en un camino desconocido e incierto, como inciertos y desconocidos son los caminos que construyen el alma humana.

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