domingo, 24 de febrero de 2013

¿Dónde se metió la vecina?


Un mañana cualquiera de un día cualquiera de un invierno cualquiera pero no en cualquier ciudad, sino en Granada, ciudad de turistas y estudiantes, de aprobados y suspensos, de la Alhambra, de amores y recuerdos, del Sacromonte, de historias y avatares; ciudad hermosa, querida y añorada.
Cuatro dormilones que no han ido a clase. Puede ser que no tuviéramos clase a primera hora, o puede ser que fuese la mañana que sigue a una noche de jugar a la pocha, o sacar agujetas en la barriga al no poder aguantar más la risa al escuchar La Mandrágora hasta las tantas de la madrugada, siempre hasta las tantas de la madrugada.


A mí me gusta dormir, no voy a negarlo, es verdad, y siempre digo que es mi hobby favorito. Pero no descubrí esa afición hasta que comencé mi vida de universitaria. Antes siempre echaba competiciones con el despertador a ver quién se despertaba antes..., siempre ganaba yo. Se podría decir que qué curioso cómo se puede cambiar en la vida, pero no, no se cambia, simplemente se perfeccionan habilidades. Y yo me hice especialista en dormir. Me saltaba casi siempre las primeras horas de clase. En mi defensa tengo que decir que siempre ponían verdaderos bodrios a esas horas, y así fue como también descubrí que me importa un pito lo que no me gusta, que "paso olímpicamente" si algo no es de mi interés, aunque me vayan los aprobados y la carrera en ello..., ya me buscaré la manera de salir del paso, y tengo que decir que, en ese sentido, siempre he tenido verdaderos golpes de suerte, por lo que, terminé mi carrera, no de forma brillante, evidentemente, pero la terminé, que, al fin y al cabo, es de lo que se trataba.

Mi compañera de habitación es más responsable que yo. Ella, al menos lo intenta. Se pone el despertador a las siete de la mañana y yo, entre sueños la oigo levantarse, dar la luz, salir al baño, y vuelvo a entregarme a los brazos de Morfeo, para dos horas después al tocar mi despertador y levantarme descubrir para mi sorpresa que ella sigue en la cama.

- ¿Pero tú no te habías levantado? ¿No has ido a clase?
- Es que cuando volví del baño para vestirme y te ví tan calentita y la cara tan rosada no me pude resistir y me volví a la cama.

Esta escena no sucedió ni una ni dos veces, esas serían las veces que consiguió vestirse e irse a clase.

Esta mañana cualquiera no ha sido una excepción pero pasará a la historia por una sola razón.

Aún no ha sonado el despertador pero yo me despierto de un modo un poco brusco. Cuando abro mis ojos veo como mi cara se acerca peligrosamente y, al momento, se aleja de la mesita de noche en rítmico vaivén. Mi primer pensamiento es la película del exorcista:

¡¡¡¡Dios mío, estoy poseídaaaaaaa!!!! (cual protagonista de la película El chip prodigioso.)

Pero rápidamente este pensamiento se disipa al oir a mi compañera de habitación dar gritos, me incorporo y la veo sentada en la cama con los brazos abiertos y las palmas de las manos hacia arriba, en un gesto de exigir respuestas a quien frente a ella hubiera, o sea, al armario. Requería una respuesta a su pregunta urgentemente:

- ¡¡¡¿¿¿¿Esto qué eeesssss????!!!

Todo ello al tiempo que oímos las puertas de las otras habitaciones abrirse bruscamente. Y más voces y gritos. La otra compañera viene corriendo por el salón en busca nuestra gritando desesperada:

- ¡¡¡Temblor de tierraaaaaa, temblor de tierraaaaaa....!!!

Y el cuarto dormilón, el novio de la compañera que sí fue a clase, nos insta a salir corriendo a la calle:

- ¡¡¡¡No cojáis nada, corred, corred, a la calleeeee!!!!

Y eso hacemos, corremos como galgos. Salimos en pijama a las escaleras:

- ¡¡¡¡El ascensor noooooo!!!!

En ese mismo momento vemos a una vecina como baja corriendo también en pijama. Eso nos da más confianza aún, y en siete centésimas estamos en el portal en pijama, agarrando la puerta para salir pitando a la calle.

Cuando a través del cristal de la puerta vemos un mundo paralelo al subidón de adrenalina que nosotros acabamos de vivir. La gente en la calle va caminando tranquilamente. Nadie ha percibido nada. Queda patente, en este mismo momento, que no existe una única realidad, sino que cada uno tiene la suya propia y la vida se vive en función de ese criterio propio y particular.

Nos miramos los unos a los otros y el único sentimiento que nos embarga es la vergüenza de estar en pijama en el portal, casi en la calle. No necesitamos decir nada. Salimos escaleras para arriba, no podemos esperar al ascensor y que alguien entre o nos vea desde la calle.

Llegamos al piso y vemos el reguero de ropas por el pasillo y el salón que hemos ido tirando en nuestra huida y, estas son nuestras conversaciones, dejando de lado la hinchá de reir que nos estábamos dando, pero ahora, ya en nuestro piso:

¡¡¡Piliiiii, te vamos a comprar un terremoto de despertadooooorrrr!!! ¡¡¡Mira con qué rapidez se ha levantadooooooo!!!

¡¡¡No le digáis a nadie que he dicho temblor de tierra en vez de terremoto!!! (Esta compañera nuestra era una acomplejada y todo tenía que hacerlo y decir perfecto).

¡¡¡Seguro que mi novia andando por la calle ha notado el terremoto y ha pensado: ¡uy, un mareillo!!!

¡¡¡Anda que si llegamos a salir a la calle en pijama!!! ¡¡¡Qué vergüenza!!!

Oye, ¿y dónde se metió la vecina?



Villatripas



                                          


Marieta
                                       

2 comentarios:

  1. Que bueno por Diosss, aún tengo lagrimas en los ojos de reir, pero reir... reir, mi ventu alucinando.....que te pasa.... de que te ries....porque lloras.
    Ha sido como ver un corto tal cual,digno de oscar... pero no llegamos a salir a la calle? no me viene a la cabeza la situación en el portal de marmol beige, y la vecina... que aún hoy seguimos sin saber donde se metió.
    MUY BUENO DE VERDAD, Y GRACIAS POR REGALARME ESTOS MOMENTOS. AH! lo del otro día con el video de Twim Peaks, tanbien fue un regalo. un beso, soy yo.

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  2. No, no llegamos a salir a la calle. Y es que claro, en ese momento, al relajarnos, fue cuando nos dimos cuenta que aún estábamos dormidos, jajjjaja, por eso no te acuerdas. Pero sí, allí no quedamos con cara de gilis mirando a la calle. Fue surrealista, la verdad, como casi todo en aquellos años. Se me acaba de venir a la mente otra cosilla que contar, jejejje. Un besazo soy yo, jajjjaja.

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