jueves, 4 de octubre de 2012

Huétor Santillán (Crónicas de una excursión)

 III. LA CASA

 ¡Por fin en la casa!

Rápidamente subimos las escaleras y, claro, reparto de dormitorios, mantas...

Todo el rellano desde donde se distribuyen los dormitorios está repleto de armarios empotrados; las puertas de madera desde el suelo al techo, pintadas de color marrón oscuro, lo cual le da al ambiente un aspecto regio y señorial.

Rafa tiene especial empeño en uno de los dormitorios:

-¡qué síiiiiiii! ¡qué ese pa tíiiiiiii!

(Si total, no sabemos cuál puede ser ese interés.)

 Entre el jaleo y el desorden:

- ¿quién quiere más mantas?

- Yooooooo, dame una más que no llego tan arriba.

- ¿Tiene todo el mundo lo que necesita ya?

- ¡Síiiiiii!

Pues venga, a ver cómo nos vamos a repartir.

Rafa con cara de pillo y de esconder algún secreto, se dirige hacía una parte del armario, abre una puerta,
lo que pensamos que será para coger algo más de ropa de abrigo, pero no, cual es nuestra sorpresa cuando, al abrir completamente la puerta, esta deja al descubierto lo que..., será su habitación, camuflada en el propio armario.

- ¡Claro! ¡qué morro tienes!

A lo que encongiéndose de hombros responde:

-¡Ah! ¡Se siente!

Ya hemos terminado de acomodar las cosas y a nosotros mismos en los distintos dormitorios. Ha llegado el momento de explorar la casa.

Refectorio
Realmente la casa es magnífica. Y eso que es de noche y no nos hacemos bien a la idea. Tiene pequeños saloncitos por todos lados donde poder escabullirse llegado el caso. En particular, hay uno que da a la calle por su parte principal. Dí con él la mañana del domingo. Pequeñito y amueblado todo de mimbre..., mientras por la ventana entraba el sol a borbotones a través de una clara y liviana cortina de visillo. Una gran cocina, donde poder cocinar para muchas personas, a su izquierda un comedor muy particular, más bien, es un refectorio, a modo de convento, pero lo que más nos llama la atención es el salón principal. Va de un extremo a otro de la casa, se podría decir que la mitad de toda la planta baja es ocupada por este espectacular salón, que se convertirá en el centro de casi toda nuestra actividad este fin de semana. En un extremo de la vasta habitación hay una gran chimenea, la cual, por la noche, por supuesto, habrá que encender. Los techos abuhardillados, con grandes vigas que van del centro a cada extremo del altísimo techo. Y unos grandes ventanales de madera que abarcan toda la fachada por esa parte de la casa.

Pilar, organizadora del viaje
La casa tiene varias entradas. Una puerta de tamaño normal, por la fachada principal, que es por la que hemos entrado, y la que usaremos normalmente. Otra por la cocina, es decir, por la parte de atrás, y otra por el propio salón, cuya puerta es a juego con las ventanas. Si no te andas con cuidado la casa se puede convertir en un laberinto de puertas, ventanas, entradas, habitaciones, salidas..., y para no llevarnos ningún susto, nada más entrar decidimos dejar las llaves en una mesita que hay justo al lado de la puerta, al alcance de todos. 

Fachada principal-Puerta del salón
¡Ah! ¡Se me olvidaba!

Después de lo que sigue, la casa por la noche ya no volvió a ser la misma. Hay que explicar que este lugar es propiedad de una congregación de religiosas de Granada, por lo que, evidentemente, hay un detallito que no podía faltar: la capilla.

Esto ya, como que dió un poco de repelo al personal, pero, en fin, siempre se puede ir en parejas a todos lados ¿no? La capilla está justo al lado del gran salón, y para entrar y salir del mismo e ir a cualquier otra parte de la casa, la única opción viable es hacerlo por la capilla (porque salir a la calle, o bien por la puerta del salón o por las ventanas, y volver a entrar por la puerta principal como que no).

Otro detalle a tener en cuenta es que la cerradura de la  puerta de la capilla está un poco estropeada, sólo se puede abrir por la parte de la propia capilla, si se llegara a cerrar estando todos en el salón...

(CONTINUARÁ...)


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