martes, 2 de octubre de 2012

Huétor Santillán (Crónicas de una excursión)

II. UNA LATA DE TOMATE Y EL LADRIDO DE UNOS PERROS

Tranquilamente y de buen ánimo empezamos a levantarnos y recoger las cosas para ya, por fin, irnos de allí.
De pronto, Perico pasa junto a nosotros rumbo a la calle como alma que persigue el diablo, sin mediar palabra y sin dejarnos siquiera preguntar qué le pasa.

No le damos demasiada importancia, porque el entusiasmo por los días que nos esperan no deja lugar a otras inquietudes o curiosidades, además cualquiera sabe en lo que andará metido, ya nos enteraremos. Y en esas salimos a la calle para emprender el camino.

(Soy de la opinión, dando por completo la razón al refranero español, sabio como pocos, que quien tuvo retuvo y guardó para la vejez. A Perico no lo conocí hasta ya cumplidos los quince años, pero me hubiera gustado conocerlo en su niñez... por mucho tiempo que pase, hay un niño dentro de cada uno de nosotros pugnando por salir cada vez que tiene ocasión.)

Una vez en la calle, los que han salido antes han formado corrillo en torno a él, que muerto de la risa, enseña con orgullo y divertimento su última fechoría..., la lata de tomate que furtivamente ha sacado del bar  y que guarda escondida entre sus ropas de abrigo.

- ¿Pero para qué queremos esoooooooooo?

- Yo que sé, por si nos hace falta.

Nos reímos y bromeamos pero eso sí...

- Con la lata de tomate cargas tú, que para eso es tu capricho.


Partimos. Con ilusión cogemos el camino. No hemos dado tres pasos cuando ya es noche cerrada. No había dicho que la casa está a las afueras del pueblo por lo que el camino no tiene alumbrado municipal.  Apenas si vemos por donde vamos, pero bueno, la casa está ahí ya, no vemos donde pero ahí está. Pasamos por delante de otra casa que hay en un pequeña cuesta que hay que subir. Vamos cansados, quejándonos, aunque bromeando por ahuyentar un poco el miedo que en el fondo sentimos por la oscuridad que nos rodea. Y de repente, el ladrido y gruñido exagerado, bestial, desesperado de unos perros que protegen su casa, por la verja que se querían saltar los animalillos. El ladrido se confunde con nuestros gritos por el susto descomunal...echamos todos como locos a correr...menos Rafa, que consideró que saltar a los brazos de Dori para que lo protegiera lo iba a salvar con mayor seguridad de los perros, en caso de que estos llegasen a saltar la verja.

Después de esto, ya todo daba igual, el camino que quedara y la oscuridad que nos acechara por delante, porque la risa y el buen humor ya no nos abandonó en el trayecto que nos quedaba por recorrer.

(CONTINUARÁ...)
 

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